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viernes, 9 de septiembre de 2011

EL PROYECTO DE DERECHO EDUCATIVO EN LAS NORMAS DE CONVIVENCIA

La formación de normas, hábitos y valores se produce en el ámbito de la escuela, más que aisladamente en cada aula y disciplina. Superar —entonces— que quede relegada a unas horas de clase semanales, desconectada de lo que se hace y se vive en las demás clases y pasillos-recreo, conduce —en efecto— a la acción conjunta de toda la escuela. En este sentido es tarea prioritaria, con motivo de la construcción del Proyecto de Convivencia, más allá de un documento burocrático para responder a requerimientos administrativos, establecer vías, consensos y ulteriores compromisos para asumir un proyecto global de educación en actitudes y valores. Esto supone hacer de la escuela un proyecto, como acción educativa común en permanente revisión, más que un “proyecto para la escuela”, como documento.

Es preciso partir de unas normas, tras un largo proceso —ya de por sí educativo—, para establecer un consenso acerca de su deseabilidad en la comunidad educativa, y hacerlas respetar, de tal modo que su realización —y posterior corrección— permita ir generando los hábitos deseados. Los miembros que componen la comunidad escolar de un centro, normalmente, tienen diversas concepciones y metas educativas, o —en cualquier caso— éstas no son entendidas de la misma manera. Esto requiere un largo proceso inductivo para ir generando y clarificando los valores que van a conformar la vida de la institución escolar, que no es sólo ponerse de acuerdo en valores abstractos, sino en lo que se entiende por ellos, y —sobre todo— cómo se van a llevar a cabo en normas y acciones específicas.

Proponemos que, más que hablar sobre valores en abstracto, se identifiquen problemáticas concretas que anuncian falta de los valores oportunos. Los docentes pueden estar de acuerdo, con mayor facilidad en cuáles son las conductas y los hábitos o falta de los mismos que configuran un clima de aprendizaje complejo, aunque en principio entienda que estas manifestaciones se deben sólo o especialmente a fenómenos externos. A partir del acuerdo en lo que cabría trabajar para la mejora y analizadas las causas, es posible dentro del proceso determinar la necesaria corresponsabilidad entre los sectores educativos.

Los propios valores, normas y hábitos más que estar dados como algo bien elaborado, son construidos cooperativamente en el propio proceso de elaboración y planificación de la acción docente, mediante el diálogo, debate y deliberación. También aquí el propio proceso tiene que ser expresión de la democracia escolar, construyendo progresivamente un espíritu de colaboración en la escuela, entre los profesores en primer lugar (abandonando parte del tradicional individualismo), de los alumnos y de la propia familia. Al final los valores, hábitos y normas acordados deben llegar a vivirse en la escuela y cada clase, para lo que debe haber sido relevante el consenso y compromiso alcanzado en el propio proceso.

La autorrevisión es el marco para reflexionar, discutir, deliberar y decidir consensuadamente qué conviene hacer, cómo van las cosas y qué habría que corregir. Aunque esta dimensión de proceso debe avocar a acuerdos prácticos (dimensión de contenido), es muy importante —para asegurar su posterior traducción práctica— el análisis, discusión, diálogo, confrontación de perspectivas y acuerdos finales. Ello convierte al programa de acción en un medio de formación del docente en la escuela, al reflexionar sobre la propia práctica; y en una garantía, fruto del acuerdo y compromiso, de ser llevado a la enseñanza del aula. A su vez, el proceso debe ser una ocasión propicia para implicar colegiadamente a los directivos, docentes, no docentes, alumnos y familias en conformar el marco de normas y valores con que queremos dotarnos.

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