Los derechos
son inmanentes. Son porque somos y mientras seamos ahí estarán.
La educación es
uno de esos derechos sustanciales, constitutivos de la persona y de nuestra
sociedad.
Creo que al
ciudadano no le basta el derecho a acceder a una educación,
sino el derecho a recibir 'la mejor educación'.
En países como
Finlandia no hay distinción entre colegios buenos o malos. Y no la
hay porque todos los colegios son buenos. Del mismo modo que no existe el pago
de matrículas porque está prohibido.
Criminalizar a
los niños que se salen de la norma, cuyos talentos son considerados superfluos
y, por lo tanto, han de ser reconducidos al carril de la salida laboral
convencional no es más que proscribir la creatividad, santificar la mediocridad y
producir una generación de ciudadanos reprimidos en sus
posibilidades y frustrados no solo en cuanto a sus
expectativas laborales, sino, lo que es mucho más importante, en cuanto a sus
expectativas como personas.
Nuestro sistema
educativo es una carrera de obstáculos que tiene su piedra clave en el boletín
de notas. Y como todos sabemos, la nota no es más que un medio de valorar
cuantitativamente un hecho puntual, como es la retención memorística
de contenidos, en un momento dado. Como sistema evaluador es pobre y
nada que ver con lo que el ser humano es, puede ser y cómo evoluciona.
Las notas son
la constatación de un fracaso, como lo es el estudiante que, presionado por la
dialéctica de la nota, pone todo su celo no en aprender, sino en
aprobar, que es distinto, con o sin ayuda de recursos que se salen
de la legalidad de un examen. Aprobar sea como sea es la renuncia
implícita a la exigencia de una alternativa educativa que haga trizas un
sistema caduco creado en el siglo XIX para seleccionar a los buenos y tirar a
la basura a los menos buenos.
PARA AMPLIAR
LOS CONCEPTOS SOBRE ESTE TEMA:
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